Salir del entrenamiento con una sonrisa

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¿Es posible salir del entrenamiento con una sonrisa siempre? Es posible, y te vamos a contar cómo hacerlo; Se me abrieron las carnes, que diría un castizo, cuando leí la entrevista. Se la hacían a un entrenador de un equipo de minibasket femenino (niñas de once años) que se encontraba preparándose para afrontar un importante campeonato. Preguntado por el entrevistador sobre cómo había enfocado esta preparación, su respuesta, tal cual, fue ésta: “La preparación tiene en pista un denominador común que es el de SUFRIR (así con mayúsculas aparece en la entrevista). Sólo sufriendo y llevando a las jugadoras al…

Salir del entrenamiento con una sonrisa

¿Es posible salir del entrenamiento con una sonrisa siempre? Es posible, y te vamos a contar cómo hacerlo;

Se me abrieron las carnes, que diría un castizo, cuando leí la entrevista. Se la hacían a un entrenador de un equipo de minibasket femenino (niñas de once años) que se encontraba preparándose para afrontar un importante campeonato. Preguntado por el entrevistador sobre cómo había enfocado esta preparación, su respuesta, tal cual, fue ésta:

“La preparación tiene en pista un denominador común que es el de SUFRIR (así con mayúsculas aparece en la entrevista). Sólo sufriendo y llevando a las jugadoras al límite a nivel físico y psicológico podemos generar esa presión y ese camino es similar al que vivirán en un campeonato de España”.

La respuesta no tiene desperdicio. Al menos así, sin matización alguna: el recurso básico para ganar es sufrir, sin sufrimiento no hay ni preparación adecuada ni posibilidad de victoria. Intentando reponerme del impacto, mi imaginación echó a volar pensando qué medios utilizaría nuestro entrenador para llevar a cabo su “piadoso” objetivo:

¿sustituiría los aros y conos por potros de tortura medievales?, ¿tendría como películas de cabecera todas las versiones de Rocky y las haría subir y bajar varias veces los doce pisos de su bloque?, ¿se iría varios días de concentración al desierto de Almería y las dejaría a su suerte para que sobrevivieran en ese medio hostil? Sin duda, sufrir iban a sufrir.

«El sufrimiento no puede ser nunca el denominador común de una preparación»

Lo más llamativo de la respuesta, además de su rotundidad, es las destinatarias de la misma: chicas de once y doce años que van a un acontecimiento que para algunas va a ser único en su vida, llenas de ilusión, de deseo de encontrar nuevas amistades, de conocer a gente de otras comunidades, de jugar, de ganar, de vivir algo diferente en sus vidas.

Pero el canon a pagar por tan luminosos deseos es alto: sufrir, vivir al límite de tensión psicológica.

Desconozco cuál fue el resultado obtenido en la competición por estas chicas. Tampoco me he preocupado por saberlo. Sea el que haya sido yo ya lo sé: fracaso.

Fracaso por una metodología de trabajo que no atiende a las necesidades y posibilidades de progreso de las jugadoras; fracaso por entender que el fin justifica los medios a emplear; fracaso porque el sufrimiento no puede ser nunca el denominador común de una preparación. Aunque hayan ganado el campeonato, desgraciadamente han perdido.

Posiblemente, la fogosidad que lleva implícita la juventud de nuestro entrenador le haya llevado al empleo de términos poco adecuados en la formación deportiva y que una pausada y serena reflexión sobre los mismos le haga, al menos, replanteárselos en un sentido diferente. Yo le propongo otros: compromiso, esfuerzo, generosidad, trabajo en equipo, perseverancia, motivación…

Con ellos, cualquier derrota va a ser siempre una victoria y no va necesitar de poner al límite de nada a chicos y chicas de once años.

«Compromiso, esfuerzo, generosidad, trabajo en equipo, perseverancia, motivación… Con ellos, cualquier derrota va a ser siempre una victoria»

Termino con algo que me sucedió hace unos días. Me encontré con un ex jugador al que tuve la suerte de entrenar en su etapa de formación. Volvía con su hijo (de la misma edad de las chicas de nuestro entrenador) que había estado entrenando con su equipo minutos antes.

Tras los saludos de rigor le comenté que me habían llegado noticias de que su chico lo hacía muy bien jugando al baloncesto. “Bueno”, me contestó con mucha humildad, “no lo hace mal, pero de lo que más disfrutamos su madre y yo es que de cada entrenamiento y de cada partido lo vemos salir con una sonrisa en los labios”.

La respuesta me dejó impactado y, durante unos segundos, no supe qué decir. No se puede hacer mejor resumen de una filosofía de lo que debe de ser el trabajo de formación con jóvenes.

Entre salir del entrenamiento con un rictus de sufrimiento o una sonrisa yo tengo claro con qué me quedo. ¿Y vosotros?

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