Aunque siempre jugábamos a lo mismo, jugar nunca se convirtió en rutina. Jugar se convirtió en una vida, en la nuestra, en la vida en equipo.
Es curioso cómo funciona la memoria. Olvidé la rutina del pupitre, de la pizarra verde y la tiza, de los pasillos abarrotados del colegio, del pasar de las páginas de libros y cuadernos cuadriculados que me miraban sin decir nada y se quedaban en blanco hasta que yo comenzaba una conversación con ellos, un pensamiento; y ellos, trataban de encasillarlo entre líneas azules y márgenes.
La rutina se quedó allí, entre las cubiertas de los libros, junto con un montón de recuerdos que mi memoria decidió clasificar, simplificar y olvidar.
Pero no olvidé a mis amigos, recuerdo el chándal rosa de Nuria y los bocadillos de mortadela de Daniel, la tremenda habilidad de Laura para ganar al juego del elástico, los patines de María, con sus ruedas rojas y cómo le pintamos flores con rotuladores Carioca el día que llovía tanto que no pudimos salir al patio.
Recuerdos de color. Aunque siempre jugábamos al mismo repertorio de actividades, jugar nunca se convirtió en rutina. Aprendimos a correr juntos, a pasarnos el relevo, a ayudarnos los unos a los otros.
Si alguno caía, lo levantábamos, si éramos impares, rompíamos las reglas para poder dividir sin decimales. Aprendimos que todos éramos iguales y que todos éramos distintos, que cada uno tenía sus puntos fuertes y sus puntos flacos, que juntos podíamos hacer más. Aprendimos a conquistar la amistad, la tolerancia, el respeto.
Nadie nos enseño a memorizar los valores, pero quedaron ahí para siempre. Y crecimos sintiéndonos integrados, capaces, felices. Nadie nos puntuó las lecciones que aprendíamos partido a partido, éramos nosotros quienes sabíamos que aquella había sido una tarde notable, o una mañana sobresaliente.
Nos examinaban individualmente en cada asignatura teórica, pero nosotros nos empeñábamos en estudiarlas juntos. En equipo aprendíamos y enseñabamos a partes iguales.
Nadie nos enseñó a memorizar los valores, pero quedaron ahí para siempre
Es curioso cómo funciona la vida. Todas esas calificaciones nos sirvieron para rellenar nuestros currículums, y todas esas horas de amistad, juego, deporte… nos sirvieron para ser mejores personas, mejores compañeros, mejores amigos. Y es que, al final, la vida, la vivimos en equipo.