Los términos castellanos educación y educar proceden del verbo latino educare, que significa «contribuir a sacar del otro lo mejor de sí». Esta es una definición muy plena, muy potente y una de las mejores reflexiones dirigidas a los padres.
Si no se está haciendo esto, no se puede decir que se esté educando.
Por ello, la eduación tiene dos fundamentos principales: colaborar para que el niño, el adolescente o el joven se conozca a sí mismo; y para que, al hacerlo, ponga en valor sus dones y talentos (sus capacidades y facultades innatas).
Los términos castellanos educación y educar proceden del verbo latino educare, que significa «contribuir a sacar del otro lo mejor de sí»
Para plasmar en la práctica la educación en el sentido que se ha apuntado, es crucial que como padre o madre entiendas e interiorices que educar no consiste en lograr que tu hijo sea lo que tú quieres que sea, sino en facilitar que sea aquello que realmente es y que desarrolle aquello para lo que ha encarnado en el plano humano.
Por tanto, no intentes imponerle tu forma de ver las cosas y vivir la vida. Y mantente atento para colaborar con él o ella en el desarrollo de las experiencias que antes de encarnar decidió desplegar aquí. Facilita también que cultive y ejerza los dones y talentos que, en consonancia con su plan de vida, eligió en el otro plano y trae consigo.
Tienes ante ti la maravillosa oportunidad y el gran reto consciencial de cultivar la compresión, la capacidad de escucha y la empatía necesarias para que tu hijo se descubra y reconozca tal como es, para que nunca se sienta culpable por ser como es, y para que sepa y pueda plasmar efectivamente en su vida aquello que ha venido a realizar.
«Educar no consiste en lograr que tu hijo sea lo que tú quieres que sea, sino en facilitar que sea aquello que realmente es»
Íntimamente unido a ello, recuerda que de poco valen los discursos y las peroratas que le lances a tu hijo. Con ello solo conseguirás que desconecte de tus palabras y mensajes. Tampoco le des consejos. La línea que divide el consejo de la perorata es muy fina, y con muchísima facilidad el papá y la mamá que quieren dar consejos a su hijo o hija acaban, simple y llanamente, dándole un discurso.
Para llegar a tu hija o a tu hijo, olvídate de los discursos. Ya se han introducido suficientes programas informáticos a los chicos, y no quieren más. Toma consciencia de que lo que realmente cala en ellos es tu ejemplo vivo en el día a día, con base en la coherencia, el respeto y el amor:
+Coherencia: Actúa como padre o madre conforme a lo que te dicta el corazón (no conforme a lo que te dicta tu mente ni los sistemas de creencias que la atiborran). Verás cómo tu ejemplo de vida impregna y orienta a tu hijo, aunque al principio pueda parecer que no.
Para poder dar ejemplo, debes tener claras determinadas cosas y plasmarlas en tu vida. El ejemplo es lo que sirve; no los discursos ni las imposiciones. Sin esa coherencia vital y práctica, la educación se convierte en un imposible. Lo que quieras hacer llegar a tu hijo, vívelo.
+Respeto: Tú no eres nadie para imponer a tus hijos lo que tienen que vivir. Son ellos quienes tienen que decidirlo y vivir su vida. No intentes traspasar a tu hijo tus propios deseos, o lo único que esto va a generar es frustración y sufrimiento. Respétale profundamente y acepta que encauce su vida por derroteros distintos a los tuyos y a tus deseos. Es más, apóyale absoluta e ilimitadamente para que tenga el valor de hacer aquello que le indica su corazón.
+Amor: A veces escucho a padres y madres que dicen a su hijo o hija: «¡No hagas esto o no te voy a querer!». Esto es una barbaridad; esta actitud no tiene nada que ver con el amor. A un padre y una madre les corresponde amar de forma incondicional a sus hijos y estar siempre presentes para ellos.
¡Ama a tu hijo exactamente como es! No lo ames porque es o actúa como tu ego quiere: ámalo siempre y plenamente, con independencia de cómo sea y de lo que haga o deje de hacer. Y exprésale con frecuencia ese amor incondicional, además de tu hondo agradecimiento por haberte elegido en el otro plano como padre o madre a la hora en encarnar y vivir en este.
Con relación a este último asunto, el amor no significa reírle las gracias a tu hijo haga lo que haga. Hay chicos y chicas que se han metido por derroteros «difíciles»; por caminos como el de la droga.
Si el hijo o la hija ha llegado ya a la mayoría de edad, se le puede decir: «Hasta aquí hemos llegado. Te amo, pero precisamente porque te amo no voy a seguir sufragando tus costes de la droga, a seguir dando fuelle a esa forma de vida que has elegido.
Respeto que la hayas elegido y te sigo amando igual, pero no te voy a facilitar el marco para que tu vida siga marcada por la adicción a la droga. Vete de casa». Tengo amigos que han tomado decisiones de este tipo en relación con la droga.
Son decisiones tremendas para un padre, pero cuando están basadas en el amor y no en la confrontación ni en la imposición, dan lugar a buenos resultados, de formas mágicas, milagrosas.
«Con el respeto y el amor presentes se pueden decir las cosas más claras, y el mensaje va a ser mucho más potente»
También está el caso de los hijos especialmente conflictivos, incluso violentos. Ahí el padre o la madre tiene que ser coherente con lo que siente, que en este caso es decirle al hijo: «Hijo mío, hasta aquí hemos llegado. Esto no te lo consiento».
Actúa con coherencia y ponle los puntos sobre las íes: «En este hogar hay unas reglas del juego, que se basan en el respeto y el amor. Pero claro, en un respeto mutuo, compartido. Si no respetas este hogar, no es tuyo.
Te digo esto porque te amo. Si no te amara, tal vez me echaría para atrás y aguantaría. Pero esto sería esconderme ante una realidad. No te vamos a dar el marco, la energía, para que desarrolles una vida que en coherencia, de corazón, sentimos que no es la correcta».
Con el respeto y el amor presentes se pueden decir las cosas más claras, y el mensaje va a ser mucho más potente.
Sobre los tres pilares de la coherencia, el amor y el respeto, pon atención a las aficiones y los gustos de tu hijo. Busca intereses y espacios comunes que compartir con él o ella.
Tenle confianza y colabora para que adquiera confianza en sí mismo. Haz que se sienta valorado y reconocido y propicia su participación en la toma de decisiones familiares.