Cómo gestionar el 2% del cerebro

Cuando hablamos de gestionar el 2% del cerebro, no hablamos de cuánto va a subir el IVA el próximo año, ni de la comisión que cobrará el político de turno por la concesión de unas obras, ni mucho menos de lo que van a subir el sueldo a los pensionistas. Hoy hablamos de nuestro cerebro y del uso que hacemos de él.

La ciencia tradicional respecto a la utilización que el ser humano hace de su cerebro hablaba de que solo se podían usar unas determinadas partes del mismo.

Al parecer,  las últimas investigaciones desmienten estas teorías y los científicos están de acuerdo en considerar que el cerebro se utiliza en su totalidad: todos usamos todo nuestro cerebro.

Lo que pasa es que no lo podemos hacer al mismo tiempo, es decir, no puedo disponer completamente de él para desarrollar las funciones o acciones vitales que quiera o tenga que realizar.

Gestionar el 2% del cerebro según la ciencia

Si comparásemos nuestro cerebro con la instalación eléctrica de una vivienda (al fin y al cabo el cerebro es una sucesión de cables conectados entre sí), diríamos que podemos usar toda la electricidad de la misma, si bien no al mismo tiempo: no puedo tener toda la casa encendida ni utilizar todos los electrodomésticos simultáneamente.

Si quiero tener encendida la luz de la cocina y tener puesta la lavadora y el lavavajillas tengo que tener apagadas el resto de las luces de la casa. ¿Y si quiero ir al dormitorio puedo encender la luz? Sí, pero para ello tengo que apagar la luz de la cocina o los electrodomésticos.

Los científicos que estudian la actividad cerebral parecen estar de acuerdo en considerar que el ser humano puede gestionar el 2% del cerebro en totalidad al mismo tiempo

El uso que hacemos de nuestro cerebro es similar al que haríamos con la instalación eléctrica de esta supuesta vivienda. Para encender unas neuronas tenemos que apagar otras, no podemos utilizarlas todas al mismo tiempo.

La pregunta que nos haríamos ahora sería: ¿y cuánto de nuestro cerebro podemos utilizar al mismo tiempo? ¿cuántas “habitaciones” y “electrodomésticos” podemos tener “encendidos” a la vez? Los científicos que estudian la actividad cerebral parecen estar de acuerdo en considerar que el ser humano puede utilizar al mismo tiempo un máximo de un dos por ciento de la totalidad del cerebro.

¿Y esto es mucho o poco? Depende. En la realidad física suponen billones de conexiones sinápticas, que no son pocas. Por otro lado, Stephen Curry y Pau Gasol utilizan un dos por ciento y Messi y Rafa Nadal también, y el último nobel de medicina y…

En realidad la pregunta no sería si es suficiente esa cantidad (que lo es), sino el cómo la usamos, cómo gestionamos nuestro cerebro para sacarle el mayor partido posible en nuestra actividad deportiva a ese dos por ciento, qué luces  encendemos y cuáles apagamos.

Cómo gestionar el 2% del cerebro con ejemplos

Si nuestros jugadores van a entrenar o acuden a un partido con un elevado nivel de estrés, las luces que se van a encender en nuestro cerebro serán aquellas relacionadas con el estrés y esto impedirá que puedan encenderse otras que sean muy necesarias para otras actividades relacionadas con el juego, por ejemplo, ser capaz de mantener la concentración para poder tomar buenas decisiones.

Lo mismo ocurriría cuando en el transcurso de un partido un jugador ha fallado una entrada a canasta o un tiro y sus acciones posteriores vienen determinadas por ese error que ha cometido, se queda pensando en el pasado, cuando el pasado es imposible de cambiar, el pasado son culpas y autocríticas y el tiempo que están trabajando esas neuronas negativas puede ser decisivo para que no se enciendan aquellas que piensan en soluciones a una situación posterior.

En ningún momento permitáis que vuestros jugadores se transmitan a sí mismos esos sentimientos negativos porque estos sí que ocupan la mayor parte del dos por ciento y, en consecuencia, la oscuridad casi total para el resto de acciones y decisiones que haya que tomar.

Y no digamos nada con los feedback negativos que el propio jugador se da a sí mismo: no soy capaz, sigo sin meter los tiros, no puedo… En ningún momento permitáis que vuestros jugadores se transmitan a sí mismos esos sentimientos negativos porque estos sí que ocupan la mayor parte del dos por ciento y, en consecuencia, la oscuridad casi total para el resto de acciones y decisiones que haya que tomar.

Tenemos que buscar alternativas positivas a esos sentimientos: sí puedes, lo que ocurre es que todavía no has practicado suficientemente; o, intenta estar más concentrado las próximas veces; o, en próximos entrenamientos trataremos de trabajarlas mejor.

Aunque también lo contrario es perjudicial. Si nuestras emociones están sobreactivadas el cerebro funcionaría mal porque nos ocuparían mucho espacio de ese dos por ciento. Un exceso de euforia puede ser tan negativo como un exceso de tristeza.

Podemos considerar que el rendimiento deportivo de un jugador es el resultado de restar sus potencialidades físicas, técnicas, tácticas y cognitivas… a las interferencias negativas que actúen frente a esa potencialidad. ¿Y cuáles son esas interferencias negativas?

Pueden ser externas (el público que grita, un padre o una madre que da instrucciones a su hijo desde la banda, un tiempo meteorológico desfavorable etc.); o internas, las que vienen de nosotros mismos, es decir, de nuestros sentimientos y de nuestras emociones. Frente a las externas poco podemos hacer porque no tenemos ninguna capacidad para modificarlas.

Pero las segundas sí que podemos aprender a gestionarlas; evidentemente, nuestros sentimientos y emociones no podemos “apagarlos” ni eliminarlos porque se generan de forma continua en nuestro cerebro de forma inconsciente, sin darnos cuenta de ello, pero sí que podríamos graduarlos, controlarlos y utilizar los estrictamente necesarios de forma que ni entorpezcan ni limiten nuestra capacidad para comprender, memorizar acciones o tomar decisiones en el transcurso del juego.

Aprendiendo a gestionar el 2% del cerebro

Por ello, aprender a gestionar el 2% del cerebro adecuadamente, tanto en nuestros entrenamientos como en la competición, se puede convertir en definitivo en la mejora de nuestro rendimiento deportivo.

Se trataría, en definitiva, de “entrenarnos” en la correcta utilización de nuestras emociones para que sirvan como  dinamizadores positivos de nuestra actividad. ¿Sólo deportiva?

En absoluto, nuestra vida diaria nos lleva de forma permanente a la utilización  de nuestros sentimientos y emociones tanto personalmente como en las relaciones con nuestro entorno. Su uso correcto forma una parte fundamental en nuestra formación como personas. Y una vez más el baloncesto puede y debe de ser un medio muy eficaz para ayudar a conseguirlo.

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